miércoles, 5 de junio de 2013

Realismo en España


Realismo en España

El realismo surge en España a mediados del siglo XIX cuando los escritores se fueron aproximando a los problemas de su tiempo y participaron activamente por medio de sus escritos, para que el pueblo español tomara conciencia de los conflictos sociales.

Por otra parte, el prestigio de la ciencia, debido a los avances que se dieron, en la segunda mitad del siglo hizo que los escritores dejaran de lado la fantasía y quisieran reflejar la realidad objetivamente casi como una fotografía.

Los escritores realistas abandonaron los temas fantásticos y extraordinarios de lo romántico y trataron asuntos basados en la realidad, hechos cotidianos, ambientados en lugares que el escritor conocía muy bien, por esta razón, la novela fue le género más cultivado. 

Dos escritores sobresalen en este movimiento: Juan Valera y su obra Pepita Jimenez, Benito Perez Galdos con su obra Marianela, en este realismo como en los demás abundan las descripciones.

Los temas principales que manejaron son: el amor, el desamor, conflictos éticos, religión, problemáticas sociales, los terratenientes, la falsa moral, etc.
                      
Juan Valera y Alcalá Galiano nació en Cabra, Córdoba (España), el 18 de octubre de 1824 en el seno de una familia aristocrática. Sus padres, ambos de origen aristocrático, eran el marino José Valera Viaña y la Marquesa de la Paniega Dolores Alcalá Galiano. Los años de su niñez transcurrieron en el mundo rural andaluz, que después se reflejará en muchas de sus novelas.

Antes de iniciar sus estudios de Filosofía y Derecho en la Universidad de Granada, estudió Lengua y Filosofía en el seminario de Málaga entre 1837 y 1840 y en el colegio Sacromonte de Granada en 1841.

Ingresó en el cuerpo diplomático y desempeñó diversas funciones diplomáticas en varias embajadas (Nápoles, Lisboa, Río de Janeiro, Dresde y Rusia) y, más tarde, fue ministro plenipotenciario en diversas capitales europeas y en Washington. Fue diputado y ocupó importantes cargos en la administración. En 1861 ingresó en la Academia de la Lengua. La última etapa de su vida transcurrió alejada de toda actividad pública, a causa de su ceguera.

Valera fue un hombre de mundo, elegante, distinguido y refinado, de gran cultura y brillante ingenio, y con cierta dosis de escepticismo e ironía distanciadora.

A) Crítico y Ensayista
Juan Valera escribió interesantes artículos y ensayos filosóficos e histórico-políticos y numerosos estudios de crítica literaria sobre autores y obras clásicos y contemporáneos antes de dedicarse, tardíamente, a la novela. Es fundamental hacer mención de su numerosa correspondencia: las cartas de Valera, con prosa impecable, en las que plasma su experiencia viajera y amorosa y sus opiniones sobre muy diversos temas como los literarios.

B) Novelas
Valera se declara literariamente como un esteticista y se sintió alejado tanto del Romanticismo decadente como del Realismo y Naturalismo de su tiempo. Según él, la misión del novelista consiste en crear obras bellas e inteligentes que sirvan de entretenimiento, de lectura amable, no tanto dar testimonio de la realidad o defender posturas ideológicas. Debe embellecer la realidad, en caso de ser preciso, con el fin de evitar los aspectos desagradables.
Sin embargo, y a pesar de lo anteriormente dicho, las novelas de Valera se caracterizan en cierto modo por ser realistas al escoger ambientes precisos, personajes verosímiles y por el análisis psicológico, muy minucioso que hace de muchos de sus personajes.

Su obra: Pepita Jiménez

La novela más importante de Juan Valera y la primera fue Pepita Jiménez publicada en 1874. Tiene forma epistolar en su mayor parte y narra el lento proceso de seducción de un seminarista, Luís Vargas, por una joven y hermosa viuda, Pepita Jiménez. Es una novela fundamentalmente psicológica, en la que el autor analiza la interioridad de los dos protagonistas. A través de la correspondencia entre Luis Vargas y un tío suyo sacerdote, personaje de gran importancia en la obra, se va presentando la lucha interior entre la vocación religiosa y la fascinación que al protagonista le produce Pepita. La evolución de Luis Vargas está perfectamente analizada: se trata de un proceso en el que se mezcla la seguridad jactanciosa, el falso misticismo, el desconocimiento del mundo, la soberbia espiritual, los remordimientos, angustias y dudas, hasta llegar, por fin, a la certeza de su ilusoria vocación y a la entrega a Pepita. Sobre el carácter de ésta también obtenemos un perfilado preciso a través de lo que de ella dicen otros personajes, sobre todo Luis.






¿Cuestión de ser o de parecer ser?
Ensayo



“No me mueve vanidad alguna; no quiero creerme superior a otro hombre. El poder de mi fe, la constancia de que me siento capaz, todo, después del favor y de la gracia de Dios, se lo debo a la atinada educación, a la santa enseñanza y al  buen ejemplo de usted, mi querido tío”.1

Juan Valera quiso demostrar en su obra titulada Pepita Jiménez que se puede apreciar la tendencia, una de ella es el conflicto entre el deseo y los impulsos humanos frente a los convencionalismos sobre todo la religión.   El autor nos presenta la obra como si fuese un manuscrito que él encontró entre los papeles de un deán de una catedral andaluza. Nos explica que cambiará los nombres de los protagonistas, algunos aún vivos. Esta técnica llamada "del manuscrito encontrado" tiene su origen en El Quijote: el autor, para dar verosimilitud a su obra, dice no ser el inventor de la misma, sino que la encontró ya escrita. Así, la trama adquiere visos de ser auténtica”.2
Igualmente, la obra posee multitud de puntos de vista; se consigue así crear un relato rico y variado; al principio, sólo conocemos lo que el protagonista desea, pero poco a poco (en las dos últimas partes) se nos completa la visión de los hechos, aclarando ciertas "lagunas" que, por verosimilitud, no podían ser cubiertas en la parte epistolar.

(1) PEPITA JIMENEZ. Juan Valera. Pág.9
(2)http://grupos.emagister.com/debate/la_tecnica_del_manuscrito_encontrado/1038-59095

Por lo expuesto anteriormente, esta es una novela que parece prestarse al análisis de la ideología del género, entre otras razones por los ideales normativos de masculinidad y feminidad que encarnan sus dos protagonistas Pepita y Luis. Para que ello tenga lugar, sin embargo, es preciso que la trama narrativa abandone una serie de singularidades iniciales incompatibles con la celebración final de la felicidad conyugal. Dos de estas tienen que ver con el personaje de Pepita: la primera está relacionada con la masculinidad de su caracterización en la primera parte de la novela, y  que se resuelve mediante un proceso de restauración de los valores genéricos apropiados.
La segunda  concierne a la caracterización de Pepita como un personaje envuelto en el misterio y, por tanto, refractario a todo conocimiento,  “Hay en ella un sosiego, una paz exterior, que puede provenir de frialdad de espíritu y de corazón, de estar muy sobre sí y de calcularlo todo, sintiendo poco o nada, y pudiera provenir también de otras prendas que hubiera en su alma; de la tranquilidad de su conciencia, de la pureza de sus aspiraciones y del pensamiento de cumplir en esta vida con los deberes que la sociedad impone, fijando la mente, como término, en esperanzas más altas1 . Esta encarnación de lo que tradicionalmente se ha denominado "misterio femenino" antes que nada “es una demostración de que el sujeto de conocimiento que narra y representa lo real -- y lo ideal -- en la novela es masculino” 2.  La mujer, evidentemente, no es un misterio para sí misma sino para el hombre y en esta novela al menos, lo es por dos razones dispares pero complementarias: por un lado, el misterio que rodea a Pepita se puede leer como un ejemplo de resistencia femenina contra la vigilancia a que se la somete y, en este sentido, supone un desafío al orden social patriarcal; por otro lado, constituye también una estrategia discursiva de este mismo orden patriarcal para justificar la necesidad de someter a las mujeres a un control más riguroso.  

(1)   PEPITA JIMENEZ. Juan Valera. Pág. 12
(2)   http://losdependientes.com.ar/uploads/9zsaeh12tw.pdf


El análisis de la primera causa exige desprenderse de la perspectiva masculina con que la novela invita a ser leída, y efectuar una lectura que atienda a ciertos silencios y omisiones sobre la experiencia de Pepita. Se trata de no dejarse arrastrar por un texto que induce al lector a identificarse con Luis en su debate interno por encontrar su verdadera identidad y que solo parece interesarse por Pepita en la medida en que afecta, inquieta, seduce o se somete al varón, esto es, en tanto que es objeto de deseo o temor, y no como un sujeto con experiencia y voz propias.  Es preciso tener en cuenta que, tras la muerte de su marido, Pepita no se tiene más que a sí misma y a su buen hacer para ganarse el respeto de una comunidad que le impone que guarde las formas y mantenga las apariencias. Se somete, por ello, a un luto estricto y prolongado que convierte su viudez en un despliegue de señales de mortificación y duelo. Pero esta conformidad con un paradigma de mujer virtuosa y distinguida exige de ella una escenificación meticulosa y calculada de su vida que la exima de la crítica y el descredito de los que la juzgan y observan con detalle, Pero, a lo que parece, ella los desdeña a todos, con extremada dulzura, procurando no hacerse ningún enemigo, y se supone que tiene llena el alma de la más ardiente devoción, y que su constante pensamiento es consagrar su vida a ejercicios de caridad y de piedad religiosa1.
En consecuencia, la Pepita representada por Luis en sus cartas se reduce prácticamente a lo que ella representa ante él y ante todos los demás, pues poco mas saben Luis y, con él, los lectores. Pepita se ajusta a la norma social pero, en dicho proceso de adaptación, se nos oculta. En otras palabras: Pepita muestra lo que se le permite que muestre, y poco más. Luis se ve incapaz de discernir la sinceridad de su actuación pues no está en la mano de Pepita darle esa oportunidad. La razón la ha explicado de manera elocuente Beauvoir:” la mujer, como todos los oprimidos, es frecuente que oculte deliberadamente    su imagen objetiva; el esclavo, el servidor, el indígena, todos los    que dependen de los

(1) PEPITA JIMENEZ. Juan Valera. Pág. 7
(2)http://es.wikiquote.org/wiki/Simone_de_Beauvoir

caprichos de un amo, han aprendido a    presentarle una sonrisa inmutable o una enigmática impasibilidad; sus verdaderos sentimientos, sus verdaderas conductas, las ocultan  cuidadosamente” 2.

Pepita es un enigma porque se ve obligada a obedecer una norma social y, en su adaptación a ella, trata de manifestar acatamiento a la vez que oculta y protege su intimidad con una máscara impenetrable a la mirada masculina. Y es, paradójicamente, este mismo gesto de conformidad lo que la convierte en motivo de sospecha. Los recelos reiterados que despierta en Luis la conducta pública de Pepita proceden precisamente de su apariencia de absoluta impecabilidad moral,    “no hay en ella nada que desentone del cuadro general en que está colocada, y, sin embargo, posee una distinción natural, que la levanta y separa de cuanto la rodea” 1.
El luto estricto, por ejemplo, al que se somete Pepita tras la muerte de Gumersindo es, por su misma escrupulosidad, motivo de suspicacia ya que, en palabras de Luis, "cualquiera pensaría que llora la muerte de su marido como si hubiera sido un hermoso mancebo"2. Este "como si" evidencia la incredulidad del narrador: la exhibición de dolor de Pepita, más que el síntoma de una emoción espontanea, la interpreta como una representación teatral destinada a aparentar conformidad con el código social de la viudez.  Esta desconfianza permanente de Luis hacia la conformidad de Pepita con las reglas exigidas de conducta publica revela algo que la novela no explicita pero que los personajes comparten de manera más o menos consciente: si Luis no puede fiarse de Pepita es porque sabe, aunque no nos lo diga, que a Pepita le conviene fingir y disimular, pues lo que hace, la vida que lleva y su forma de actuar ante los demás son fruto de una imposición.

(1)PEPITA JIMENEZ. Juan Valera. Pág. 12
(2)PEPITA JIMENEZ. Juan Valera. Pág. 51


Todos estos recelos se disipan, naturalmente, en cuanto el objeto de reflexión es su padre, con quien, como hombre, Luis logra identificarse fácilmente. A pesar de la conducta irregular de don Pedro, censurada por su hijo, y de su "lenguaje profano"1  -- que Luis dice sufrir en el interior de su alma --, la bondad de su carácter le resulta obvia. No le supone debate interno alguno llegar a afirmar con total seguridad que su padre "es tan bueno"  o que "en el fondo... es buen católico"2. Tampoco parece resultarle difícil entenderlo y disculparlo. Su conducta no le plantea dudas ni le despierta sospechas. Y la razón es que en el no hay misterio, ni incertidumbre sobre si disimula o finge, pues Luis sabe que su padre no necesita hacerlo. Es un hombre y, además, “el cacique del lugar3. Siempre ha actuado con la mayor de las libertades y nada de lo que haga o diga va a menoscabar su autoridad ni su posición social. Por muy mal que obre, Luis siempre lo tendrá por una buena persona. Por muy bien que lo haga Pepita, en cambio, siempre se sospechara de ella.

Otra posible explicación de este "misterio femenino" se encuentra en la ideología patriarcal celebrada en la novela por todas sus instancias masculinas (personajes, narradores y autor implícito). Pepita es un misterio para el discurso patriarcal básicamente porque es mujer y constituye, por ello, una alteridad en esencia inaccesible a su conocimiento. No obstante, lo que llama la atención en la novela es que esta inaccesibilidad de Pepita es compartida por Luis y constituye, de hecho, su principal preocupación. “Porque yo me digo: si amo la hermosura
de las cosas terrenales tales como ellas son, y si la amo con exceso, es idolatría:
debo amarla como signo, como representación de una hermosura oculta y divina,
que vale mil veces más, que es incomparablemente superior en todo” 4.

(1)PEPITA JIMENEZ. Juan Valera. Pág. 96
(2)PEPITA JIMENEZ. Juan Valera. Pág. 97
(3)PEPITA JIMENEZ. Juan Valera. Pág. 3
(4)PEPITA JIMENEZ. Juan Valera. Pág. 18



La novela, antes que ocultar esta limitación, más bien parece que la exhibe. Y la razón estriba en que la irrepresentabilidad de la mujer no supone una carencia del discurso patriarcal sino, muy al contrario, un modo eficaz de llamar la atención sobre una amenaza de transgresión a las normas establecidas de género.  En este sentido, se pueden considerar las cartas al Dean como una réplica en la ficción de esta incertidumbre epistémica masculina sobre la mujer. En ellas Luis confiesa una y otra vez su impaciencia por "penetrar en lo intimo del corazón de Pepita y dar cuenta de ella con total veracidad , pues es consciente de que sus especulaciones, intimas o compartidas por los convecinos, se reducen a un "tal vez alguien presume o sospecha o a "investigaciones psicológicas"1 que el mismo admite no tener derecho a hacer : " Que se yo", se llegara a preguntar, "lo que pasa en el alma de esa mujer para censurarla?" 2.

Son dos las razones de esta inquietud: en primer lugar, el misterio que rodea a Pepita concierne a su naturaleza moral o, más concretamente, a la sinceridad con que se somete a la prescripción moral. No es la moralidad de su comportamiento publico lo que preocupa a Luis lo que quiere es extender el control social y moral hasta lo más íntimo de sus pensamientos y averiguar si Pepita se reconoce en este ideal de sumisión femenina y lo ha integrado en su identidad personal.  A Luis no le basta la conformidad con el código tradicional de conducta pública que se les impone a las mujeres, y que Pepita parece obedecer al detalle.




(1)PEPITA JIMENEZ. Juan Valera. Pág. 52
(2)PEPITA JIMENEZ. Juan Valera. Pág. 72

Mención especial merecen las consideraciones de Luis acerca de los ojos de Pepita. Le interesa de ellos, no lo que ven, sino lo que se ve en ellos. Concretamente, le obsesiona todo lo relacionado con este empeño suyo por resolver la ilegibilidad de la apariencia de Pepita. De ahí que lo que ensalce en ellos sea la ausencia absoluta de intención y manipulación deliberada. Son ojos que se exhiben sin parecer que lo hacen, ocultando su propio artificio de representación: “Lo que más merito y valor les da es que no parece sino que ella no    lo sabe, pues no se descubre en ella la menor intención de agradar    a nadie ni de atraer a nadie con lo dulce de sus miradas. Se diría    que cree que los ojos sirven para ver y nada más que para ver “1.
La suya es una mirada transparente, inerte y, por ello mismo, hermosa y digna de elogio y admiración. Más que señalar la presencia de alguien, de sus ojos se espera que sean algo sin nadie detrás. Como declara Luis, en su carta del 12 de mayo: "Los ojos de Pepita... tienen un mirar tranquilo y honestísimo. Se diría que ella ignora el poder de sus ojos, y no sabe que sirven más que para ver. Cuando fija en alguien la vista, es tan clara, franca y pura la dulce luz de su mirada"2.  Una vez más, Luis no se ve capaz de afirmar nada con seguridad pues todo se reduce a un "se diría que".
En cualquier caso, lo que se viene a decir es que la belleza femenina procede (y no será esta la única vez que ocurra) de la ocultación de su propio artificio. La apariencia de una mujer seduce cuando aparenta que no lo hace. El hombre se resiste a ser arrastrado por una voluntad femenina que quiera atraparlo. Lo irresistible para él es la contemplación de un cuerpo sin intención, una belleza femenina que encarne la pura pasividad, la espera absoluta. Con todo, la duda ataca y, cuando esto ocurre, incide siempre sobre la cuestión de si esta mirada esconde disimulo y voluntad de engañar: "Yo me paro a pensar si todo esto será estudiado; si esta Pepita será una gran comedianta; pero sería tan perfecto el fingimiento y tan oculta la comedia, que parece imposible" 3.
(1-3)PEPITA JIMENEZ. Juan Valera. Pág. 71
(2)PEPITA JIMENEZ. Juan Valera. Pág. 105


Al igual que Luis muchos de los que hemos leído esta novela no podemos dejar  de preguntar si dicha mascara es, por tanto, signo de candor o, por el contrario, el más enrevesado de los artificios femeninos, del ser o del parecer ser.
Esta obra  de Juan Valera, Pepita Jiménez, al igual que muchas otras, nos hacen reflexionar sobre diversos temas que  hacen parte de la vida, que no cambian a pesar del tiempo y se han vivido de igual manera a través de la historia. El hombre es un ser social por naturaleza, por ello muchas veces necesitamos de los demás para ser felices o en su situación ellos de nosotros. Tenemos la virtud de dar a conocer nuestros sentimientos de muchas maneras, lo cual no hace cada vez más humanos.
Curiosamente, la lectura nos hace unas personas más sensibles y nos acerca a temas  comunes de manera  distinta, conociendo la vivencia de los diferentes personajes y asemejándola a nuestro entorno que muchas veces no es tan distinto como      se podría creer.                   










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